#MensajesenPositivo

Gregorio Gomez Mata • 12 de febrero de 2016

La historia de Patricia

Hoy queremos daros a conocer la historia de nuestra amiga Patricia. Una mujer que sufrió la Violencia de Género en sus carnes, pero con mucho coraje y lucha consiguió rehacer su vida y volver a VIVIR.

Esta es su historia:

Mi nombre es Patricia, y el principal motivo que me ha llevado a contaros mi experiencia es:

– Por una parte explicaros que estas situaciones de violencia que te pueden llevar a pasarlo muy mal, a sufrir, e incluso a la muerte, se pueden evitar.

– Por otra parte acercaros la información que yo no tenía y que creo que es necesaria para detectar las situaciones de maltrato.

Cuando yo tenía 14, 15 ó 16 años, recuerdo que veía en la tele noticias sobre mujeres que morían asesinadas por sus parejas. Yo lo veía como algo lejano, eso pasaba muy lejos de mi mudo. No podía imaginarme que yo podría vivir directamente una experiencia parecida.

Ya han pasado 12 años desde que pasó lo que voy a contaros. Pero recuerdo los detalles como si hubieran pasado hace mucho menos tiempo.

Yo era una chica normal. Iba a un instituto de Alcalá (que no era este, por cierto). Tenía amigos, amigas, profesores buenos, profesores no tan buenos… Vamos, lo normal.

Vivía con mi familia “normal”: mi padre, mi madre y mi hermano pequeño. Había sido una buena estudiante, pero, la verdad, últimamente estaba flojeando un poco.

Me fijé en un chico de mi barrio, tenía 5 años más que yo. Me parecía un chico guapo, era fuerte, le veía mayor… Se llamaba Jose.

Y, después de proponérmelo, lo conseguí: empezamos a salir juntos. Yo tenía entonces 18 años, y muchas ganas de pasármelo bien y disfrutar de la relación completamente.

Él salía mucho más que yo, ya trabajaba y tenía mucha más libertad. Yo quería hacer todo lo que él hacía, y eso empezó por acarrearme muchos problemas con mis padres. Yo estaba preparada para eso, no me importaba demasiado: estaba encantada con mi novio. Pero pronto todo esto me llevó también a tener problemas con él: resulta que él no quería que yo saliese tanto con él. Lo que él quería era salir un rato conmigo, después dejarme en casa y él seguía saliendo por ahí con sus amigos. Decía que era para protegerme, para que no viviese ese ambiente tan malo en el que se supone que él estaba.

A mí no me convencía, y yo seguía insistiendo. Entonces ya pasó a llamarme “pesada y agobiante”, o a dejarme tirada en la calle mientras él se iba por ahí.

A él no le gustaban mis amigas, así que poco a poco, fui saliendo menos con ellas. Se supone que no eran buenas para mí. Él seguía protegiéndome.

De pronto me encontré con que yo no estaba bien en casa y me había aislado de mis amigas y amigos. Lo único que tenía era él. Y él unas veces estaba muy bien conmigo y decía que me quería y yo era lo más importante, y otras veces parecía que le molestaba, que yo era un estorbo y lo único que quería era deshacerse de mí. Yo sólo quería volver a ganármelo y que estuviéramos bien.

Por eso insistía en hacer todo lo que él hacía y en formar parte de su vida entera. Porque mi vida ya dependía de él: cuando él estaba bien, yo estaba bien; y cuando él estaba mal, yo estaba mal.

La primera vez que me pegó fue un día cualquiera, de los que discutíamos como cualquier otro día porque él quería irse sin mí. Y me dejó tirada en la calle, después de insultarme y gritarme, se fue. Yo me metí en el bar en el que estábamos y me eché a llorar. Cuando pasó un rato él volvió a por mí. Seguía muy enfadado. Salimos a la calle, y, sin decir palabra, me agarró del cuello, me tiró al suelo y se puso a darme patadas. Unos chicos que estaban allí fueron a ayudarme.

Recuerdo que él dejó de pegarme y dijo que vaya la que yo estaba montando. Yo tenía tanta vergüenza…

Llamó a un taxi. Me llevó a su casa. Yo quería ir al hospital y él decía que no, que él podía curarme. Y lo hizo. De repente era el novio cariñoso que yo quería. Me cuidaba y me curó las heridas.

Me acompañó a casa. Cuando mi madre me vio llegar en ese estado, él explicó que me habían pegado en una fiesta, pero que él ya se había encargado de todo. Mi madre le creyó. Y por qué no iba a hacerlo, yo no le contradije. Pensé que se había dado cuenta de lo que había hecho, y que nunca más me trataría mal. Él me había explicado que yo tenía que intentar no provocarle, porque él tenía un carácter muy fuerte, pero que todo esto era porque yo le importaba: si no le importase no se enfadaría tanto. Y yo le creí.

Cada vez él era más importante en mi vida, y consiguió que me alejase y desconfiase del resto de personas.

A partir de entonces, tuvimos una época más o menos buena. Y poco a poco todo volvió a ser como antes. Él cada vez salía más por ahí y yo cada vez me tenía que quedar más en casa esperándole.

En una ocasión él se fue de fiesta y yo me fui a su casa a esperarle. Cuando llegó a casa él me preguntó qué hacía yo allí. Cuando le dije que esperarle, se enfadó, me gritó y me dio una paliza. Esta vez después fue menos cariñoso que la primera.

Él sigue insultándome, empieza a decirme que estoy loca, inculta… y me castigaba, sobre todo, con su indiferencia. Sabía que sin él yo ya no tenía a nadie.

Recuerdo que cuando cumplí los 18 años él no me llamó para felicitarme ni nada. Nadie me llamó. Me compré unas coca – colas y vino, me hice un calimocho y me fui yo sola a celebrarlo.

Después, triste y bebida, me fui a su casa. Él me abrió la puerta, me duchó, me cuidó y me llevó a mi casa. Habló con mis padres. Les explicó que yo estaba fatal y que él era el que tenía que cuidarme.

Decido que no pudo seguir así y llamo a algunas de mis antiguas amigas y, aunque me da algo de miedo, quedo con ellas y salgo una noche. Como no tenía cómo llegar a casa, me acercó un amigo en coche. Cuando llego a casa él está esperándome en el portal. Muy enfadado porque he salido. Me dice que esta es la gota que colma el vaso, que ya no puede más. Me sentía muy culpable: no sólo había salido con mis amigas, sino que, además, había dejado que un chico me acercara a casa.

Me fui a casa y le dejé a él bebiendo cubatas. Me acosté llorando. Por la mañana decidí que así no éramos felices ninguno de los dos, que teníamos que dejarlo.

Le llamé por teléfono y le dije que iba a ir a llevarle una cámara de fotos que tenía que devolverle. Él me dice que no quiere que vaya. Yo insisto y decido ir de todos modos.

Al llegar le devolví la cámara y una cadena que yo siempre tenía en el cuello y que él me había regalado. Él me echó de casa gritándome, me miraba con una expresión en la que mezclaba el enfado, el dolor y el asco. Y le di un bofetón. Me fui corriendo muerta de miedo, él me siguió pero yo no quise hablar con él. Recuerdo que estaba temblando.

Me fui a mi casa. Un rato después salí a comprar tabaco. Supongo que él me vio por la ventana (vivíamos muy cerca) y salió detrás de mí. Me dio alcance y dijo que quería que hablásemos tranquilamente.

Me llevó hasta una zona descampada que había al final de la calle. Recuerdo que nos cruzamos con una pareja de conocidos a los que saludamos.

Una vez llegamos al descampado, él sacó un enorme cuchillo dentado de doble filo. No os he contado que él era militar, y este es un machete militar, de combate. Y me dijo que no podía seguir así y que iba a suicidarse porque le había dejado.

Cogí su mano para apartar el machete y su otra mano salió disparada a mi cuello, cogiéndome de la nuez, ahogándome; vencida me tiró al suelo, seguía apretando; sus ojos miraban un punto fijo en mí, pero perdidos; su cara desencajada, mis ojos pidiendo por favor suelta, porque ya no me quedaba aire para hablar, me estaba ahogando; pataleaba, pegaba golpes al aire, pero jamás soltaba.

Ya estaba sobre mi, quedé inmovilizada, no podía coger aire, se me empezaba a nublar la vista, cuando de repente noté un golpe seco en mi costado; me había dado una puñalada, después de esa siguieron las demás; luché, luché mucho; mi cabeza no paró a pensar; quería salir de allí; no podía apartarlo; mis únicas palabras eran ¿Jose, qué haces? ¿Jose, qué haces?, no respondía.

Me retorcía, mis patadas, mis puñetazos, le daban igual; agarraba el machete y tiraba de él, así varias veces.

Mientras luchaba con él, más resistencia ponía; lo primero que dejé de sentir fue mi mano, luego las piernas, y poco a poco todo el cuerpo; mi cuerpo sólo tenía ojos; me rendí, y se me pasó de repente la mejor idea de mi vida; si me hago la muerta, seguro que para, y así fue.

Supongo que una vez que estaba al límite sin fuerzas, y viendo las pocas posibilidades que tenía, me desmoroné y noté como mis ojos se cerraron, solos.

Recuerdo que quedé tendida en el suelo; el suelo estaba frío, y por unos momentos abrí los ojos, miré el colegio que tenía enfrente y pensé, “tengo que levantarme” le vi alejarse corriendo y cuando ya no podía verme, me levanté; recuerdo no poder andar normalmente; mi brazo y mi mano protegían mi barriga, pero en realidad estaba andando sin sentir apenas nada de mi cuerpo; no me miré para abajo y me salió un grito desgarrador, recuerdo decir “socorro, que me muero”.

De repente unos brazos me cogieron por detrás, “por fin”, pensé. Y me dejé coger, porque no podía más. Me recogieron los chicos con los que nos habíamos cruzado antes. Me preguntaban que tenía mientras que me quitaban las hojas del pelo; yo tan solo decía “al hospital”, no quería contar nada, aparte que no me quedaban fuerzas, las pocas que tenía ya solo me permitían oír, ya no veía nada.

Recuerdo perfectamente mi llegada al hospital. Me llevó un vecino que pasaba por ahí. No había tiempo de llamar a una ambulancia. No veía nada y cuando me bajaron del coche, me caí. De repente estaba en la camilla, oía gente correr; sentí como me rajaron los pantalones, me rajaron toda la ropa; era invierno, y llevaba mucha ropa, no sabían lo que tenía y lo hicieron así.

Ya desnuda en la camilla, pude oír “qué hijo de puta” varias veces. Noté una presencia de una enfermera que se puso a mi lado; empezó a consolarme y con el brazo que no tenía herido la cogí con todas mis fuerzas y repetí “no me dejéis morir que soy muy joven”, fueron mis últimas palabras antes de que los médicos se pusieron a operar y me anestesiaron. La operación duró 11 horas, y estuve dos veces clínicamente muerta.

No puedo imaginar el dolor de mis padres y mi hermano ante aquello. Tuvo que ser tremendo. Estuve dos días enteros anestesiada; no tengo ni un recuerdo de esos días.

La recuperación fue dura. Físicamente me han quedado señales que siempre tendré: tenía la mano destrozada, me había perforado el intestino, el hígado, la vena cava… A los dos meses tuvieron que volver a operarme para extirparme un metro de intestino.

Pero el daño psicológico ha sido mucho peor. He tardado mucho más en recuperarme de las heridas internas que de las del cuerpo.

Mi vida se partió con 19 años: dejé los estudios, no quería salir, no entendía nada de los que había pasado. Mi cabeza y mi corazón se bloquearon: aquello me vino demasiado grande.

Además, no solo yo, nadie de mi alrededor sabía bien cómo ayudarme: mi familia se sentía perdida, mis amigas bloqueadas, y el resto de la gente…. Ya sabéis, todo el mundo opinaba. Había quien, incluso, decía que qué habría hecho yo para enfadar de esta manera a mi novio.

Los siguientes años fueron un caos, hasta que me encontré con gente que estaba especializada en trabajar con personas que han sufrido este tipo de violencia.

He llegado a pensar que yo era la culpable de las agresiones y del apuñalamiento, perdoné a mi exnovio e iba a visitarle a la cárcel, incluso pensaba que yo tenía lago de culpa de que él estuviera ahí.

Yo estaba hecha polvo: mi autoestima era mínima, me había llegado a creer que era normal que me insultara, me humillara, me gritara, o, incluso me pegara, si lo hacía porque en el fondo me quería. Pensaba que había algo malo en mí, y que nadie iba a poder quererme nunca más tal y como yo era.

Pero hoy, después de un largo camino estoy aquí. Y me he propuesto hacer lo posible para que nadie más pase por esto nunca más. Por eso estoy aquí, para que aprendáis a ver las primeras señales, para que os respetéis y no entendáis nunca que la relación de pareja tiene que ver con el control, con los celos y con el aislamiento. Si os veis en una situación así, salid de esa relación. Siempre os hará daño, y estamos a tiempo de evitarlo.

Os digo que yo hoy soy feliz, soy una persona que se quiere, se valora, confío en mí misma y en mis posibilidades. Y os aseguro que ya no permito que nada ni nadie me corte las ganas de vivir y de cumplir mis sueños.



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