Campaña Mensajes en Positivo



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Mensajes en POSITIVO

Mensajes en POSITIVO

Historias personales que demuestran que HAY SALIDA de la violencia de género

Mensajes de mujeres que han sufrido Violencia de Género y han conseguido salir de esa situación y rehacer su vida.

Ellas mejor que nadie nos pueden demostrar que de HAY SALIDA.

Si has sufrido Violencia de Género y has conseguido rehacer tu vida compartelo, muchas siguen sufriendo todos los días el maltrato. Únete y mandanos tu MENSAJE EN POSITIVO por email pinchando AQUÍ

Lagrimas de esperanza

Queremos daros a conocer el libro “Lagrimas de Esperanza. Relatos del Mundo sobre Violencia de Género” de la Fundación Luz Casanova y editado por San Pablo Ediciones.
 
Este libro recoge 22 relatos finalistas del I Concurso de relatos Cortos sobre Violencia de Género, que fue convocado por la Fundación Luz Casanova en el año 2016.
 
Las ilustraciones con la que cuenta el libro han sido realizadas por Rogelio Núñez
 
Todos los relatos que aparecen en el libro tratan de mostrar que hay salida de la Violencia de Género y ofrecer, a cuanta mujer pueda estar pasando por ella, una puerta a la esperanza.
 
Es importante lanzar estos mensajes positivos y ofrecer una puerta a la esperanza. Ya son demasiados los mensajes negativos que a diario se publican en los medios de comunicación y en las redes sociales. Sabemos que es difícil, complicado, duro….. que se tiene un miedo infinito a dar el paso e intentar salir del sufrimiento diario que es la violencia de género, pero es importante animarlas a dar ese paso y que recuperen su vida y vuelvan a ser personas, pero también es importante que la sociedad se implique y las ayude a recorrer el camino que les devuelva la alegría y su libertad.
 
Queremos agradecer a la Fundación Luz Casanova y a San Pablo Ediciones su amabilidad de compartir con nosotr@s y con vosotr@s dos de los relatos que aparecen en el libro, el cual podéis adquirir en cualquier librería.
 
Sin más dilación os dejamos los dos relatos

Más que una noche

  “Se puede, lo aseguro...”

  

  “Te quiero, te quiero, te quiero”. No podía creerlo, pero esa frase recorría la habitación del hotel una y otra vez,  como  brisa de aire fresco con sabor a sal.

 

   Hacía tan sólo unos días, ni siquiera sabía que se iba a producir el milagro.  A decir verdad, estaba muy lejos de pensar en una noche así pero, aquella mañana, después de mucho pensarlo, me levanté decidida. Junté fuerzas y ahorros y reservé la mejor suite.

 

—Por favor, es para un momento muy especial y deseo algo inolvidable.

     Me temblaban las piernas y también el corazón.  Llamé a los más íntimos y todos me animaron. 

—Hija, ¡por fin!, me alegro mucho —dijo emocionada mi madre.

     Yo sabía que se alegraba, todos se alegraban.

     Quería que todo fuera nuevo, así que compré una pequeña maleta, lencería fina, velas, aquel perfume tan preferido que ya casi ni recordaba, y lo metí todo en perfecto orden junto a su foto y mi walkman.

     Cuando llegué al hotel tuve que echar mano de un aplomo que no me acompañaba y aparentar normalidad.

     Ya dentro del ascensor, el botones me sonrió. Piso primero, frenada suave y las puertas se abrieron a ambos lados  como cortinas de  escenario.  Me condujo hasta la habitación ciento cincuenta y nueve y los dos nos quedamos esperando... yo, a poder reaccionar, él supongo que a que le diera la propina y el visto bueno. Estuve a punto de abrazarlo, de decirle que no se fuera, que me diera la mano durante toda la noche, pero lo único que me dio fueron las gracias, como correspondía. Lejos estaban todos de pensar el motivo que me traía hasta allí...

     Después de fotografiar con mirada curiosa todos los rincones, abrí la maleta, preparé un baño de espuma y puse velas perfumadas alrededor. La música del pequeño aparato sonaba  a ritmo de palpitaciones. 

     Dejé correr el tiempo sin controlarlo y, cuando  la lencería cubrió mi cuerpo aún  mojado, descubrí curvas atractivas. Me recorrí entera dándome los mimos que necesitaba y luchando para no detenerme en las cicatrices externas, ni dejarme vencer por las internas, que dolían mucho más.

     “Te quiero, te quiero, te quiero”. Lo repetí mil veces hasta sentirlo.  Por primera vez en muchos años, me estaba queriendo de verdad y sabía  que  ya  no habría persona en el mundo capaz de hacerme retroceder en lo avanzado. Fue en aquel momento cuando  decidida y convencida, rompí su foto en otros mil pedazos y los arrojé por la ventana.  Era la foto del mal llamado amor, que logró destrozarme el cuerpo y el alma a lo largo de demasiado tiempo.

     Lloré, sí,  como otras muchas veces, pero cambiaba el motivo.

     Mientras la luna se bañaba en silencio conmigo, las estrellas parecían aplaudirme. Decididamente había triunfado. Aquello significaba  un nuevo comienzo. Aquello... ¡era más  que una noche!

TIERRA QUEMADA


El anciano de traje beige alisa su escaso pelo. Luego ajusta su corbata al cuello, levanta la mirada, contiene el aliento… Al fin, llama a la puerta.

 

Segundos más tarde abre una mujer de pelo cano, el rostro agrietado y la mirada hundida en un pozo de sombra y resentimiento.

 

El anciano, con los ojos brillantes y el corazón en un puño, le dice casi en un susurro: “Lo siento. Me equivoqué. Te prometo que no volverá a suceder”. Y le entrega un pequeño ramo de flores silvestres, del que se han desprendido algunos pétalos.

 

La mujer recoge con premura el ramo, lo mira con curiosidad y esboza una sonrisa agridulce. Acaricia con su otra mano la mejilla recién afeitada del hombre, su perfumado mentón… Recuerda cuando se conocieron, aquel baile de primavera hace ya cuarenta y cinco años; él tan apuesto y divertido, ella tan discreta y sumisa. Pero también recuerda los abrazos y los besos no dados desde entonces, las noches eternas junto a la ventana, las promesas rotas, el dolor de sus caricias...

 

¿Cuánto tiempo había pasado esta vez?, ¿tres, cuatro semanas?

“La anterior fueros seis”, murmura con pesadez.

Mantiene firme la mirada. Busca algo en sus ojos, brillantes como espejos, y se ve reflejada en ellos, como un pequeño bote a la deriva en una noche invernal.

A continuación da un paso atrás; invierte su sonrisa, deja escapar un hondo suspiro de alivio y cierra la puerta en sus narices.

 

Manuel Pérez Recio

Valencia

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